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Cibercultura y urgencia ambiental: el grito de la humanidad a un mundo sin límites
Magíster, académico del Departamento de Teología de la Universidad Católica del Norte (Chile). Últimas dos publicaciones: Orientaciones pastorales de Chile, Origen, desarrollo y estado actual. Antecedentes de una pastoral de conjunto de carácter nacional (Colección Iglesia-Mundo, ediciones Universidad Católica del Norte, Antofagasta, Chile, 2022) y “Acerca de las cosas nuevas. Y las nuevas cosas que interpelan al pensamiento social cristiano” (Revista la Cuestión Social, 29[2], 2021). acerda@ucn.cl
En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas.
(Génesis 1)
El XIII Seminario Internacional e Interdisciplinario, organizado por Stipendienwerk Lateinamerika-Deutschland (Intercambio Cultural Alemán-Latinoamericano, Icala) con el nombre “El grito de la tierra y los límites del mundo: reflexiones teológico-filosóficas y sociológicas para una educación sostenible”, realizado en octubre 2022, en Santiago de Chile, tuvo como propósito central reflexionar en torno al tema ambiental y los desafíos para una educación sustentable, desde diversas perspectivas, pero especialmente la teológica y filosófica. Dicha temática expresa y responde a una auténtica preocupación creyente por los cambios y daños ambientales y sus interpelaciones al cristiano que reflexiona y quiere actuar coherentemente.
No se puede dejar de pensar en el daño inferido, por toda la humanidad, al medio natural y en las formas de explotación de las que ha sido víctima el planeta Tierra. Son muchas las aristas que podrían permitir comprender el origen del problema en toda su magnitud, como también intrincadas y complejas las posibles soluciones que se puedan adoptar para paliar en parte un daño que en muchos aspectos es irreversible. Sin duda, “el grito de la tierra” es un desafío de suma urgencia, quizás el mayor que tengamos como humanidad en el presente.
El primer ejercicio que quisiera realizar, para introducirnos en la reflexión que se desarrollará, es el de tomar conciencia de que este o cualquier otro evento es posible gracias al apoyo logístico que ha permitido que puedan participar teóricos de distintas regiones y países de Sudamérica, Alemania y de ciudades de Chile. Apoyo logístico que no sería viable sin las nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial, la tecnociencia y todo el andamiaje que posibilita la cibercultura. Cuántas horas frente a las pantallas de celulares, computadores, tablets, han tenido que dedicar los organizadores y equipos técnicos; cuántos correos electrónicos han tenido que enviar, para gestionar y coordinar; cuántas transacciones económicas se han realizado por medio de plataformas virtuales; cuánta información privilegiada de tipo administrativo y académica esta guardada en la “nube”; cuánto agotamiento emocional y cognitivo ha conllevado esta labor; y cuán facilitador ha resultado poder hacerlo por medio de estas tecnologías y no de forma presencial y sincrónica. Sin embargo, todo lo anterior también ha tenido un impacto directo e indirecto en el medioambiente natural y humano.
Del impacto de las nuevas tecnologías al medioambiente natural y humano, quisiera compartir algunas reflexiones iniciales y seguramente incompletas, porque la nueva cultura a la que me he referido, denominada cibercultura[1], es de reciente data. Tanto así, que aún no siempre se logra utilizarla en todas sus potencialidades, ni menos pensar suficientemente desde las distintas disciplinas en las que fuimos formados. Lo que se encuentra, más bien, son esfuerzos de interpretación o incipiente elaboración de ideas, pero no una mirada unificadora y de sentido. Estos esfuerzos, sin quererlo, caen en el reduccionismo y tienden a menospreciar el fenómeno de las nuevas tecnologías, como si fueran meros instrumentos o herramientas de libre disposición, a modo de un recurso más, sin comprender la racionalidad que las precede (Francisco, 2015). En este sentido, autores como Eric Sadin (2022), Byung Chul Han (2022), Yuval Noah Harari (2019), entre otros, están aportando interesantes luces.
Propongo algunas preguntas, para aportar al Seminario, como a su vez una perspectiva diferente para abordar el tema ambiental: ¿qué impacto indirecto pueden tener las nuevas tecnologías en el medioambiente?, ¿cómo pueden pensarse las nuevas tecnologías ante una propuesta de educación sustentable?, ¿qué relación e implicancia pueden tener las nuevas tecnologías en el ámbito de lo religioso y a su vez medioambiental?, ¿qué pueden aportar las religiones a esta relación entre tecnología y medioambiente?, ¿es posible hablar de ecología digital? ¿Es posible una ecología que se mueva entre lo artificial y lo natural, y que no considere el impacto antropológico que generan las nuevas tecnologías?
En la presente exposición, plantearé tres líneas de desarrollo y una síntesis a modo de conclusión. La primera idea es sobre la cibercultura como mediación cultural entre el ser humano y la naturaleza, una segunda idea explora la necesidad de una ecología interior, por último, sus implicancias para el quehacer educativo.
Ya no habitamos la tierra y el cielo,
sino Google Earth y la nube.
El mundo se torna cada vez más intangible,
nublado y espectral. Nada es sólido y tangible.
(Han, 2022, p. 13)
La relación del ser humano con la naturaleza transita por la(s) cultura(s), es decir, por la “naturaleza” construida e interpretada por el propio ser humano. Esta naturaleza es en cierto modo el presupuesto por el cual el hombre o la mujer se adecúan al mundo que habitan y crean un modo de vivir. Este fenómeno se expresó ya desde los orígenes de la vida humana, cuando se fueron construyendo los primeros artefactos que permitieron la caza, el abrigo o la cosecha, hasta el día de hoy con los nuevos aparatos tecnológicos que posibilitan sofisticados estilos y formas de vida. Para atender a la relación que la humanidad mantiene con la naturaleza y a la comprensión que de ella se tiene, se requiere atender también a la cultura dominante en que se habita, de la cual la misma humanidad no solo es su artífice, sino que se va modelando de acuerdo con ella.
Por tal motivo, el plantearse reflexionar en torno al tema medioambiental y sobre la ecología integral como una urgencia ética y religiosa requiere de una profunda reflexión antropológica, que incluya las diversas perspectivas que influyen en la comprensión y la transformación en que viven el hombre y la mujer modernos. El contemporáneo homo digitalis que se ha ido construyendo en los últimos decenios clama por un reordenamiento existencial, que le permita dar un nuevo sentido a esta etapa que está viviendo como humanidad.
Una valiosa contribución al tema de la cibercultura ha realizado el filósofo Pierry Lévy en su informe, elaborado para el Consejo de Europa, donde explica las implicaciones culturales de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) digitales. Con el nombre cibercultura el autor se refiere, en general, al conjunto de los sistemas culturales surgidos en conjunción con dichas tecnologías digitales. Lévy afirma que la cultura digital, que se asocia al denominado ciberespacio, es más compleja e híbrida que los entramados de los sistemas tecnológicos y electrónicos que la configuran. Esta nueva cultura, según el mismo autor, tendría más impactos que la propia revolución operada por la escritura. En definitiva, el nuevo concepto que se viene desarrollando desde la década de los cincuenta, cibercultura, designa al conjunto de técnicas (materiales e intelectuales), de prácticas, de actitudes, de los modos de pensamiento y los valores que se desarrollan conjuntamente en el crecimiento del ciberespacio (Lévy, 2007).
Es difícil hoy en día llevar una vida normal sin estos aparatos tecnológicos. Ello implica hacer públicos datos personales. En este mismo momento cada uno, por medio de los celulares, facilitamos a potenciales interesados comerciales nuestra ubicación en tiempo real. Cada uno de los que estamos presentes, por medio de nuestras cuentas de correos electrónicos, estamos dejando conversaciones y temas relevantes y privados a disposición para ser intervenidos. Cada uno, por medio de las redes sociales como Instagram, Twitter o Facebook, está dando a conocer sus tendencias políticas, religiosas y comerciales. Las búsquedas en Google u otros motores permiten también saber sobre los intereses académicos, de entretención o en proyectos. Los relojes inteligentes que portamos registran pasos, latidos cardiacos, ritmo respiratorio, horas de sueño, etc., es decir, entregan datos sobre los estilos de vida y condiciones de salud. Eso no es todo, por medio de las aplicaciones de estos equipos es posible pedir un Uber, conocer una pareja, encargar una pizza o la última edición de un libro (Harari, 2016).
Existe un grupo selecto de personas que están componiendo música, literatura o ensayos filosóficos o teológicos, usando las bases de datos de toda la literatura mundial, de los músicos y artistas más emblemáticos de la humanidad, de los filósofos o teóricos más grandes del pensamiento antiguo o moderno (Harari, 2016). Otros están desarrollando colectivamente trabajos de más alta complejidad, que sería imposible llevar a cabo en forma individual, o sin la ayuda de la infotecnología, la biotecnología, los algoritmos o la nanotecnología. Los sistemas computacionales tienen la capacidad de conexión y actualización que permiten hoy en día hacer contribuciones sin precedentes en el ámbito de la salud, la seguridad, la bioestadística, etc. Las mismas proyecciones sobre el deterioro ambiental son posibles gracias a estas nuevas tecnologías.
Tales avances tecnológicos no solo apuntan a un desarrollo más sofisticado, eficiente y productivo, sino a dar respuesta a interrogantes existenciales profundos como pueden ser el deseo de inmortalidad, la capacidad de poseer superpoderes, el deseo de divinidad y de felicidad (Harari, 2016). Las nuevas tecnologías están a punto de cambiar la naturaleza misma del género humano. La película de ciencia ficción de 1997 Gattaca muestra un mundo donde es posible hacer manipulaciones genéticas para alterar el ADN de los embriones, generando humanos aptos para los trabajos de más alta complejidad; eso hoy es técnicamente posible. Por otro lado, la inteligencia artificial está a punto de crear vida inorgánica, es decir, crear células artificiales que sean capaces de reproducirse sin necesidad de intervención de seres vivos (Harari, 2016). Esto será un salto en la evolución de la especie humana.
Por tal motivo, el problema ambiental es, en última instancia, un problema no solo ético, científico y político, sino también antropológico (Francisco, 2015), aun siendo conscientes de que es redundante el querer separar lo ético de lo político y lo técnico.
La pregunta entonces es de qué manera la cibercultura dominante ofrece oportunidades y a su vez amenazas para el medioambiente natural y humano. ¿Cuánta es la tecnología necesaria para un buen vivir?, ¿cuánto deteriora la calidad de vida la tecnología?, ¿el exceso de dependencia de estas tecnologías genera adicción? ¿cómo dialogarán la cultura, la sociedad y la técnica con la naturaleza y el mismo ser humano? La comprensión y el avance en el tema ambiental no será del todo integral, si no se hace también cargo de tales preguntas y de esta nueva humanidad que surge de esta nueva cultura.
Ecología digital es un concepto de nuevo cuño que se utiliza para referir el impacto que tienen las nuevas tecnologías en el medioambiente y en las personas que las utilizan, desde la perspectiva de los elementos que se requieren para su producción, uso y desecho. Quisiera acudir a este concepto para establecer la necesidad de un equilibrio interior, es decir, psicológico, espiritual y moral. Se trata de un equilibrio que permita una adecuada utilización de estos recursos que son, por una parte, expresión de las capacidades humanas que pretenden satisfacer necesidades muchas veces aparentemente inagotables, y que, por otra, nos exponen a la experiencia de su uso como un sistema sin fin, aplicado por un sujeto que tiene límites y necesidad de tiempos y espacios de homeostasis. En definitiva, se requiere de un equilibrio dinámico y nuevos estadios de relación entre los individuos y las tecnologías que se van creando.
Si bien el ser humano se relaciona con ellas como su artífice y directo beneficiario, a la vez va siendo transformado por las mismas en un homo digitalis. Esta transformación antropológica a consecuencia de las nuevas tecnologías, y que impacta en el medioambiente, es aún incipiente, pero significativa, en especial en los ámbitos urbanos y sobre todo en las nuevas generaciones. Una expresión de ella es la concentración de población en las denominadas megaciudades y de toda la demanda tecnológica que requieren para su funcionalidad en cuanto a transporte, conectividad, energías, etc.
La misma experiencia de pandemia aceleró la instalación de las tecnologías en los ámbitos más vitales y existenciales, como la telemedicina, el teletrabajo, la educación online, y estas, a su vez, han resignificado la experiencia religiosa e incluso el descubrimiento de otras espiritualidades gracias a la red (Arboleda, 2017). Es innegable que las nuevas tecnologías han tenido un impacto en la calidad de vida de sus usuarios directos e indirectos. Ya no se requiere, por ejemplo, la presencia humana en tiempo real para realizar sus trabajos o diligencias.
Por otro lado, esta interacción con las nuevas tecnologías ha profundizado la desigualdad social entre ricos y pobres, jóvenes y viejos, entre aquellos que tienen acceso a la información y los que no, y es paradójico, porque en cierto modo dichas tecnologías, especialmente las relacionadas con el acceso a la información, posibilitan un empoderamiento, una democratización y distribución del conocimiento al que antes no era posible acceder. Un ejemplo es que los datos que se tienen del medioambiente y que contribuyen a la conciencia del daño ambiental provienen de estas tecnologías.
Las nuevas tecnologías profundizan un deseo narcisista de sentirse protagonista y satisfecho de sí mismo, a lo que Sadin (2022) ha denominado antihumanismo radical o individuo tirano. Este deseo impacta, no al individuo, sino a la forma de relacionarse con los demás y con el entorno. El individuo tirano se deleita con las selfies, Instagram, Alexa, Siri, Twitter y otros, y encuentra en ellos un referente que incrementa su ego y necesidad de ser reconocido. Poco a poco esta constante autorreferencia, propiciada en gran medida por las nuevas tecnologías y aplicaciones, corroe los cimientos de lo común, de aquello que es compartido por todos, para pasar a un mundo en que el Yo representa la fuente primera y única de la verdad y el bien (Sadin, 2022). Lo anterior también tiene implicancias en la preocupación medioambiental, que en la mayoría de las veces ocurre en función del mismo individuo y de su estilo de vida narcisista.
Es indudable que al igual que el coronavirus aceleró el uso de lo digital y virtual en los ámbitos más elementales de la vida humana, la crisis ecológica tendrá un efecto semejante. Por ejemplo, esta crisis demandará del desarrollo de nuevas tecnologías más disruptivas y peligrosas para compensar y lograr un equilibrio entre la actual cultura y el medioambiente. Basta pensar en el aporte e impacto que implican las tecnologías que se utilizan en la actualidad para obtener energía del viento, el mar, el sol. Lo mismo se pudo pensar en el impacto ambiental y tecnológico que implicó la extracción del petróleo o de los minerales como fuentes de energías de la época.
Pero ¿cuáles son los costos, no solo ambientales, sino también emocionales, cognitivos y antropológicos que trae consigo este salto al futuro? Al respecto solo me fijaré en dos impactos antropológicos.
De la interacción entre técnica, cultura y sociedad, el ser humano se va reconfigurando. Condicionado por la cibercultura, experimenta el sometimiento biopolítico (Han, 2014) que impide la toma de distancia de sí mismo y el experimentarse como parte de un entorno. Este tipo de sumisión, acuñado por Foucault, refiere a un sometimiento no territorial, sino sobre el individuo o las poblaciones, y se caracteriza por ser aparentemente autoimpuesto, es decir, al parecer, hay una fuerza interior que obliga al individuo a estar siempre conectado en función de la producción o el consumo. Como consecuencia de este sometimiento biopolítico, el ser humano sufre de un ensimismamiento que afecta no solo la forma de relacionarse que tiene consigo o el entorno, sino que dificulta la posibilidad misma de establecer dicha relación.
De este sometimiento biopolítico, surge lo que Byung Chul Han denomina la sociedad del cansancio, que es como describe una humanidad en un estado crónico y bajo la sensación de agotamiento permanente. En parte esto está asociado a la dificultad de desconectarse de la realidad virtual, el WhatsApp, las redes sociales, el correo electrónico, etc. Se está frente a una dictadura digital, que se impone desde la condición de que, sin la tecnología, no se podría trabajar, descansar, sanar e incluso existir (Han, 2010).
El cansancio crónico se expresa en la necesidad de mayor confort y de contar con equipos más eficientes, rápidos e integrados, para poder paliar en parte el agobio del trabajo. Vale decir, el cansancio crónico exige mayores y más novedosas tecnologías, que terminan agotándonos aún más. Aquí lo relevante es la conectividad eficiente, rápida, segura, pero no con la naturaleza o con los otros, sino con el sistema que permite que se viva en la cibercultura.
Por otra parte, el individualismo agudizado trae como consecuencia un aislamiento autoimpuesto, que conlleva la pérdida de lo común, de lo compartido: el nosotros se difumina en los egos personales que giran en torno a consumir cosas o experiencias innovadoras (Han, 2022). Por ese motivo, el viajar, por ejemplo, se ha hecho tan demandado en este último tiempo. Esto no solo porque hay más oportunidades para hacerlo, sino porque hay una necesidad de búsqueda de nuevas experiencias que nos hacen perseguirlas en otras fronteras territoriales y virtuales.
Todo lo anterior lleva a plantearse la necesidad de reestablecer esta relación entre el caos y el orden, señalado en el relato bíblico de la creación (Génesis 1:1), no para aspirar a un orden y equilibrio estático, sino dinámico, que permite una evolución y constante desarrollo. ¿Qué puede ayudar para lograr esta ecología interior a la que se apunta? Acciones tan sencillas como refundar el descanso, el ocio como un imperativo ético, espiritual y político. El descanso ha de ser para el ser humano, lo que el agua es a la vegetación.
Con la irrupción de lo tecnológico ocurre algo semejante que con el cambio climático. Es imposible abordar o controlar este último solo desde una perspectiva local o territorial. La investigación y el desarrollo de las nuevas tecnologías no son monopolio de un país y ninguno quiere quedarse relegado ante los nuevos hallazgos científicos y tecnológicos. Por lo demás, los Estados tienen que hacerse parte de este desarrollo tecnológico y no dejarlo solo a conglomerados privados, de manera que el acento no deberá estar puesto en su control, menos aún en su censura, sino en cómo se educa para hacer buen uso de él y asegurar su democrático desarrollo.
Un primer desafío será educar a las nuevas generaciones en relación no solo con el medioambiente natural, sino también con el medioambiente digital. Lo contario podría significar segmentar un elemento que es sustancial en la antropología moderna y, por lo tanto, esencial a la misma reflexión ecológica o medioambiental que se pretenda hacer. Las corrientes espirituales tradicionales y nuevas pueden desempeñar un papel importante en esta educación digital y ambiental que se requiere. Más adelante, se puntualizarán algunos aportes.
La educación, al igual que nosotros, tendrá que adecuarse a una sociedad de cambios y de constantes avances tecnológicos. El cambio y la incertidumbre constituyen una característica dominante de la sociedad moderna, que exige aprender a vivir con lo desconocido e incierto. La flexibilidad, la incertitud, lo nuevo se tornan en una condición fundamental. Flexibilidad en las formas de enseñar y aprender, en los tiempos y ritmos de aprendizaje, en los espacios que cada estudiante requiere para aprender. La educación tendrá que estar orientada a ayudar a pensar, discernir y tener una comprensión global del mundo, de las implicancias éticas de las nuevas tecnologías y de sus cambios permanentes.
La educación del nuevo milenio ya no puede seguir siendo una de contenidos o de ciertas competencias técnicas, sino de las actitudes frente a lo que ofrecen las tecnologías, que no solo aportan información y datos, sino sobreabundancia de los mismos. Esta proliferación de datos es un problema para los procesos de enseñanza-aprendizaje. Los nuevos estudiantes del siglo XXI no serán sujetos pasivos frente a lo que se les enseñe, y mucha de la información que ellos manejan tendrá que ser considerada y discernida. ¿Qué será más urgente e importante enseñar? ¿Cuántos serán los años que tendrán que cursar los infantes o jóvenes para lograr las competencias necesarias para aprender a hacer buen uso de toda la información circulante?
Será necesario volver a plantear en el ámbito educativo, con nuevas perspectivas, temas tan existenciales como el de la vocación, que contribuyen a dar identidad y sentido en este intricado laberinto de la vida actual; se tendrá que volver a las preguntas esenciales, ¿quién soy, de dónde vengo, adónde quiero ir y cómo lo haré?
¿Cómo se adaptará la educación superior a los nuevos desafíos, tanto ambientales como tecnológicos, y cuáles serán los puentes de conectividad que se enseñarán y aprenderán para integrar los dos ámbitos? Será crecientemente necesario en cada caso que las arquitecturas curriculares ofrezcan mallas más breves, flexibles y articuladas. Se tiene que superar el patrón técnico, tan predominante en Chile, por modelos de formación con impronta más humanista y ecológica.
Estudiar una carrera para toda la vida será algo del pasado, habrá que estudiar varias, incluso en forma simultánea y con altos niveles de especialización; la formación virtual deberá jugar un papel clave en este desafío. Los nuevos profesionales tendrán que aprender a desarrollar una capacidad de flexibilidad mental, de adaptación y de contención emocional.
En el ámbito de las religiones, en el de la educación religiosa, tanto formal en el sistema escolar como en las labores propias de las pastorales, de las diferentes confesiones y movimientos religiosos, se tendrá que enseñar a vivir en la red y no fuera de ella. La red se constituye en un nuevo areópago desde donde se tiene que llevar la labor evangelizadora y establecer los caminos para la comunión y participación tanto entre los mismos feligreses, como con los de otros credos y los no creyentes, así también con la misma naturaleza.
Desde una perspectiva más antropológica, los desafíos para el mundo de los creyentes estarán centrados en rescatar la dimensión de interioridad propia del ser humano, que da cuenta de lo privado de la existencia y se expresa en la cotidianidad, de aquello que no se expone en las redes o la infoesfera y contribuye a la dimensión identitaria de un ser siempre en proceso de desarrollo y que es más de lo que comunica.
Será momento de educar la curiosidad por lo trascendente, por aquello que está siempre más allá, que impulsa a salir de sí mismo a romper los estereotipos, sistemas, los equilibrios, los órdenes impuestos, para buscar nuevos horizontes (Boff, 2002), versus la cultura de la inmediatez, de la inmanencia y del acomodamiento, del quietismo. De revalorar el misterio, versus la tiranía del destape, el silencio por sobre la abundancia de ruidos ambientales y digitales. De enseñar para saber esperar, cambiar de ritmos ante la demanda de aceleramiento constante, y así fortalecer la capacidad de desconectarse para volver a hacerlo con nuevos bríos.
Quizás más que antes, se tendrá que educar para el amor, para desarrollar la capacidad de salir de sí mismo al encuentro del otro y de los otros y de vincularse con su origen más inmediato que es la tierra, lugar desde donde se conecta con su creador.
Sin religión, la gente buena o la gente mala serán buenas o malas,
en cambio, la religión puede hacer que gente buena haga cosas malas.
(Žižek, 2015)
Indudablemente el tema ecológico es un tema apasionante y sin precedentes, en tanto es una preocupación global y puede posibilitar un punto de inflexión y encuentro regional, global, intergeneracional y multidisciplinario, lo que sin duda es una gran oportunidad para la especie humana.
Se tiene que reconocer que los que nos movemos en el ámbito creyente hemos llegado tarde a esta revolución digital y a la urgencia medioambiental, tal como pasó con la Revolución Industrial de fines del siglo XIX. El cristianismo, por ejemplo, no pudo hacer mucho para cambiar la situación de explotación de la clase obrera, denunciada en la Rerum novarum (Cerda Sanhueza, 2021). La forma de intervención por parte de la Iglesia, con una encíclica social, la primera en su tradición de la Doctrina Social, tuvo sus propias resistencias al interior eclesial. Asimismo, se dirigió a un público objetivo solo católico; y propuso medidas propuestas para solucionar la cuestión social que no tuvieron mayor incidencia en la situación que vivía el mundo obrero. Fue más bien la intervención de los movimientos gremialistas y de la misma sociedad civil la que logró cambios más significativos. Hoy también se ha llegado tarde tanto al tema medioambiental, como al tema de las nuevas tecnologías, y se es parte del problema, especialmente medioambiental, por un excesivo acento antropocéntrico de la doctrina cristiana. Además, se tiene una actitud algo ingenua con relación al tema de las tecnologías, se tiende a reducir su comprensión a meros recursos de comunicación, con implicancias insustanciales. Pero se espera también poder ser parte de la solución.
La naturaleza en el ámbito de lo religioso estuvo por mucho tiempo invisibilizada, la teología no realizó grandes aportes sobre el tema y la forma de relacionarnos con ella, y los que lo hicieron no tuvieron mucha difusión; así también la praxis de los creyentes ha ocurrido siempre desde una visión antropocéntrica. Recientemente se está haciendo un giro más biocéntrico, pero es aún incipiente.
La reflexión ética cristiana en el quehacer educativo o en temas específicos, como, por ejemplo, del medioambiente, tiende a ser de tipo principialista (universalista) y por lo tanto sus soluciones son muchas veces poco operativas y medibles (Cerda Sanhueza, 2021). Tanto las reflexiones como las orientaciones teológicas o pastorales son bastantes especulativas y tienen poco impacto en la aldea global, son otros quienes llevan la delantera en estos temas. Tal vez lo fundamental no es estar en la vanguardia, pero es un buen ejercicio ser conscientes de aquello y de replantear desde dónde se quiere contribuir a generar cambio y formar conciencia sobre estos temas.
Ante la crisis ambiental y la relación de la especie humana con la naturaleza, las nuevas tecnologías se convierten en una paradoja. Frente a los límites de la Tierra, que hoy en día son sobrepasados por los excesos de consumo y estilos de vida, cuyos impactos y deterioros sufrirán las nuevas generaciones, las nuevas tecnologías abren a la humanidad a la posibilidad de un mundo sin fronteras ni límites. Si en algún momento se pensaba en lo imposible de hacer algo que no fuera en tiempo real o de forma presencial, eso hoy es cotidiano. Cuando nadie se podría imaginar mejorar la calidad de vida de personas con discapacidades severas o a consecuencia de accidentes, las nuevas tecnologías lo hacen posible. Y así, se podría ofrecer una infinidad de ejemplos sobre cómo dichas tecnologías impactan y se proyectan tanto en la vida humana como natural.
Un punto importante para nuestra reflexión aborda los límites de la naturaleza. Al respecto, Yuval Noah Harari afirma que todo aquello que el hombre puede realizar a partir de su inteligencia es natural, por lo que esa dicotomía de lo natural y lo artificial también tendrá que ser repensada (Harari, 2022). En la misma línea lo afirmaba anteriormente Lévy, al cuestionar la concepción balística que se hacía respecto a las tecnologías y sus supuestos “impactos” en la cultura y la sociedad, atribuyendo a ambas propiedades que no les son propias, como, por ejemplo, a la tecnología un principio activo y autónomo y a la cultura otro pasivo. ¿Es la tecnología un actor autónomo, separado de la sociedad o de la cultura? ¿o es la cultura una entidad pasiva percudida por un agente externo, la técnica? La relación con la naturaleza implica repensar la relación del ser humano con su entorno natural y artificial, sus representaciones materiales, simbólicas, a través de la cuales da sentido a su vida y a la misma naturaleza.
Por otro lado, Žižek argumenta que no se le puede atribuir una bondad moral a la naturaleza, creer que lo natural es lo bueno y necesario es de un romanticismo ya superado; para este filósofo la naturaleza es caótica y propensa a desastres salvajes, impredecible y sin sentido (Žižek, 2015): un diluvio o epidemia, una enfermedad, pueden ser también naturales, pero no necesariamente buenos o pertinentes, por lo menos para el ser que los sufre. Se tiende a pasar con cierta facilidad de un extremo extractivista de la naturaleza a la concepción Gaya de esta. No solo hace falta buscar puntos intermedios, sino los caminos para alcanzarlos.
Los nuevos desafíos en relación con el medioambiente no solo tienen que darse en función de medidas paliativas dirigidas hacia ella, sino también en la tarea de educar y promover la confianza en el ser humano, no es posible no confiar en él, sería paradójico no creer que la misma humanidad vaya a cambiar en favor de la naturaleza, aquella sí se puede hacer cargo y responsable, conscientemente, de esta. La naturaleza no se preocupa deliberadamente de nosotros, somos nosotros los que nos debemos preocupar por nosotros mismos y, por lo tanto, de la naturaleza (Harari, 2022). Estamos hoy en un absurdo de desconfianza con la especie.
En el origen, el relato creacionista señala que la tierra era caos y confusión y oscuridad, esa dimensión también es parte de la naturaleza con la que tenemos que convivir; y a lo largo de la evolución de la especie se ha intentado exponer la relación entre el caos y el orden, y se tendió a pensar que lo segundo era lo deseable, y el caos, lo evitable, lo que se tenía que controlar. La evolución de la especie en gran medida ha seguido ese patrón, con las consecuencias y extremos en que, sin querer, se tiende a caer. El tema ecológico se tendrá que asumir desde y con estas nuevas tecnologías; pero a su vez también se requiere confiar en la fuerza transformadora de Aquel que puede hacer nuevas todas las cosas. Y se tendrá que estar dispuesto a pasar por la oscuridad del caos, si fuese necesario.
Arboleda, C. M. (2017). Evangelizar la cibercultura: los retos de la ciberteología. Veritas, (38), 168-181. http://dx.doi.org/10.4067/S0718-92732017000300163
Boff, L. (2002). Tiempo de trascendencia. El ser humano como un proyecto infinito. Sal Tarrae.
Cerda Sanhueza, A. (2021). Acerca de las cosas nuevas. Y las nuevas cosas que interpelan al pensamiento social cristiano. La Cuestión Social, 29(2), 51 -76.
Francisco, P. (2015). Laudato si’. Carta encíclica del Santo Padre Francisco sobre el cuidado de la casa común. Dicastero per la Comunicazione – Libreria Editrice Vaticana. https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
Han, B. C. (2010). La sociedad del cansancio. Herder.
Han, B. C. (2014). Psicopolítica. Herder.
Han, B. C. (2022). No-cosas. Penguin Random House.
Harari, Y. N. (2016). Homo Deus. Breve historia del mañana. Penguin Random House.
Harari, Y. N. (2019). 21 lecciones para el siglo XXI. Penguin Random House.
Harari, Y. N. (2022). Slavoj Žižek & Yuval Noah Harari | Should we trust nature more than ourselves? YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=3jjRq-CW1dc
Lévy, P. (2007). Cibercultura. Informe al Consejo de Europa. Anthropos.
Sadin, E. (2022). La era del individuo tirano. El fin del mundo común. Caja Negra.
Žižek, S. (2015). Pedir lo imposible. Yong June Park
[1] Concepto atribuido en 1942 al estadounidense y matemático Norbert Wiener. Algunos autores como Kerckhove y Lévy definen la cibercultura como la tercera era de la comunicación, en la que se habría configurado un lenguaje todavía más universal que el alfabeto: el lenguaje digital.
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