Los encuentros son cruciales en y para el trabajo en leyes y derecho. Es una preocupación común del derecho y de los abogados garantizar que los encuentros se lleven a cabo de ciertas maneras, se registren de ciertas maneras, se representen de ciertas maneras. Los abogados en derecho internacional, entre los cuales me incluyo, no son la excepción. Los encuentros que el derecho y los abogados se esfuerzan por mediar comprenden aquellos que se dan entre animal y planta, animal y humano, lo no vivo y vivo, lo orgánicos y lo inorgánico. Y, con todo, se trata de fronteras difíciles de patrullar.
El ensamblaje de ramas de laurel y eucalipto, celulosa, fotografía y metal de María Elvira Escallón pone de manifiesto la importancia y la incertidumbre de tales encuentros. ¿Podrían las ramas muertas de eucalipto estar más cerca del metal de lo que comúnmente se piensa, teniendo en cuanta que la toxicidad de los metales pesados y los metaloides es cada vez más frecuente en las plantas? El Protocolo de Aarhus sobre metales pesados de 1998, en el marco del Convenio sobre la Contaminación Atmosférica Transfronteriza a Gran Distancia de 1979, busca poner distancia entre los dos, pero los residuos inorgánicos de la vida humana continúan acumulándose en la materia orgánica. ¿Podrían estas ramas ser en realidad astas —arrojadas por un animal, no por un árbol— o restos humanos esqueléticos que terminan, como lo hacen, en manos escarpadas y extendidas? En una sucesión de esfuerzos legislativos y políticas hasta ahora infructuosos, desde la Declaración Universal de Derechos Humanos en 1978, los abogados han tratado de superar las diferencias entre animales y humanos y nivelar al animal respecto del ser humano en cuanto a sus derechos, declarando que los humanos “como especie animal no deben arrogarse el derecho a exterminar o explotar inhumanamente a otros animales”. Si se observa con suficiente atención, las distinciones entre animales y plantas también se erosionan; la navegación de aves, la fotosíntesis de las plantas y el sentido olfativo del ser humano aprovechan la física cuántica y sus rarezas.
¿Podrían nuestros protocolos de encuentros antrópicos extenderse a la navegación pacífica de estos límites cambiantes? ¿Podría el vasto repertorio legal que los humanos han construido durante milenios en torno a la conducta y la delimitación de los encuentros entre seres humanos ayudarnos en una gama más amplia de encuentros, a medida que la particularidad y la santidad de nuestra humanidad se disuelve en el aire? ¿Podría nuestra diplomacia volverse algo más que humana? Estas son algunas de las muchas preguntas que me despierta la exquisita obra de María Elvira Escallón.
*Profesora, Facultad de Derecho y Justicia, University of New South Wales (Sydney, Australia)