Número 10
Seguridad alimentaria y cambio climático en las comunidades: experiencias y voces en la construcción de puentes entre la ciencia y el conocimiento local en el Centro de Investigación en Sistemas Agroalimentarios de la Universidad de los Andes – Centro ISA
Mariana Mendoza
Investigadora Junior Centro de Investigaciones en Sistemas Agroalimentarios – Universidad de los Andes (Colombia)
Yeimy Alejandra Montenegro
Investigadora Junior Centro de Investigaciones en Sistemas Agroalimentarios – Universidad de los Andes (Colombia)
Angelis Marbello
Investigadora Junior Centro de Investigaciones en Sistemas Agroalimentarios – Universidad de los Andes (Colombia)
Paola Reyes
Investigadora Orquídeas Minciencias 2024 – Laboratorio de Interacciones Moleculares de Microorganismos Agrícolas (LIMMA) – Facultad de Ciencias. Investigadora Afiliada Centro de Investigación en Sistemas Agroalimentarios – Centro ISA (Colombia)
Martha E. Cárdenas Toquica
Investigadora Senior Centro de Investigaciones en Sistemas Agroalimentarios – Universidad de los Andes (Colombia)
Adriana Bernal
Directora Laboratorio de Interacciones Moleculares de Microorganismos Agrícolas (LIMMA) – Profesora Asociada Facultad de Ciencias – Universidad de los Andes (Colombia)
César Augusto Pulecio Méndez
Representante de la Asociación de Prosumidores Agroecológicos Agrosolidaria (Caquetá, Colombia)
María Fernanda Mideros Bastidas
Directora Centro de Investigación en Sistemas Agroalimentarios Centro ISA – Universidad de los Andes (Colombia)
«Al final, se trata de construir conocimiento desde el territorio, donde la ciencia y la tradición se encuentran para generar soluciones aplicadas que beneficien a todos”
-Mariana Mendoza, investigadora – Centro ISA
Un día, como cualquier otro, en medio de los árboles y arbustos que quedan como vestigios de lo que fue una inmensa y frondosa selva en confluencia de los Andes y la Amazonía, se erige una pequeña construcción de solo unos cuantos ladrillos, con una arquitectura estructuralmente estable, y con un techo raso de tejas blancas, que alberga un sinfín de “microorganismos de suelo benéficos” que son capaces de transformar todo lo que tocan. Aquí, bajo esta arquitectura, se mantiene lo que se conoce localmente como “biofábrica”, que es un espacio en el que se cultivan organismos vivos que se establecen en el suelo para fortalecer a las plantas y ayudarlas a absorber los nutrientes necesarios para generar alimentos. Este espacio, fruto del trabajo y la esperanza de las comunidades, se enraiza profundamente en el territorio, simbolizando el cambio, el punto de encuentro, la conversa y, sobre todo, la transformación hacia un futuro más prometedor en armonía con el entorno (Foto 1, Foto 2 y Foto 3).
Foto 1. Vista de las “biofábricas”, donde se mantienen microorganismos para la salud y recuperación del suelo en Caquetá.
Foto: Mariana Mendoza – Centro ISA.
Foto 2. Canecas que se establecen para el mantenimiento de microorganismos usados en la recuperación del suelo en Caquetá.
Foto: Mariana Mendoza – Centro ISA.
Foto 3. Explicación del uso y manejo de las “biofábricas”, donde se mantienen microorganismos para la salud y recuperación del suelo en Caquetá.
Foto: María Fernanda Mideros – Centro ISA.
Bajo este panorama, el “suelo” empieza a ser protagonista en cada una de las conversaciones, planes y esfuerzos en el campo. El “suelo” o la “tierra”, como lo llaman muchas comunidades, hace parte indispensable de la producción agrícola. Junto con el agua, es uno de los recursos más importantes para garantizar la producción de alimentos a nivel mundial. Desde hace mucho tiempo el concepto de “suelo” ha resignificado la idea de sostenibilidad y alimentación en varios escenarios del mundo, y pasó de ser un “elemento” o “factor” en un sistema de producción agropecuario tradicional, a ser un agente indispensable en los sistemas agroalimentarios sostenibles. Hoy, el suelo representa mucho más de lo que imaginamos. Es un sistema de “vida”, una tradición, una cultura e incluso un movimiento político.
En este sentido, el término se ha convertido en uno de los conceptos más inclusivos e interdisciplinarios que existen. No solo es el lugar donde habitamos, coexistimos y cocreamos, sino que también es el punto de conexión entre las tradiciones y la vida moderna, entre el hambre y la producción de alimentos, entre las antiguas y las nuevas generaciones. Por lo tanto, recuperarlo y mantenerlo es hoy una prioridad, y forma parte de los debates políticos y ambientales en todo el planeta. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), las metas en la lucha contra el cambio climático y los objetivos para una alimentación saludable dependen de la salud del suelo, lo que lo hace indispensable para la generación y el mantenimiento de la vida. Esto, a su vez, termina enlazando la materialización de los procesos sociales e incluyentes donde “todos somos parte y nadie se queda atrás” (Foto 4).
Foto 4. Trabajo conjunto entre científicos y comunidades en experimentos de validación de bioinsumos en campo. Foto: Dario Paja.
Además, el suelo también se convierte en un punto de intersección entre la ciencia y los conocimientos ancestrales, y motiva a científicos y científicas de todo el mundo a trabajar de la mano con las comunidades rurales. Juntos, buscan alternativas para la salud y recuperación del suelo para mejorar la seguridad alimentaria y el desarrollo de las poblaciones. Tradicionalmente, estos dos saberes han funcionado de manera aislada, lo que ha limitado el potencial de soluciones inclusivas y efectivas. En la agricultura campesina, familiar, étnica y comunitaria (ACFEC), este enfoque es valioso, porque visibiliza prácticas basadas en la observación, la curiosidad y la herencia de un conocimiento empírico que surge de la necesidad de resolver problemas cotidianos.
Además, el suelo también se convierte en un punto de intersección entre la ciencia y los conocimientos ancestrales, y motiva a científicos y científicas de todo el mundo a trabajar de la mano con las comunidades rurales. Juntos, buscan alternativas para la salud y recuperación del suelo para mejorar la seguridad alimentaria y el desarrollo de las poblaciones. Tradicionalmente, estos dos saberes han funcionado de manera aislada, lo que ha limitado el potencial de soluciones inclusivas y efectivas. En la agricultura campesina, familiar, étnica y comunitaria (ACFEC), este enfoque es valioso, porque visibiliza prácticas basadas en la observación, la curiosidad y la herencia de un conocimiento empírico que surge de la necesidad de resolver problemas cotidianos.
Desafortunadamente, en este contexto, la investigación ha ampliado las brechas de conocimiento en lugar de cerrarlas. En este sentido, muchas iniciativas se han convertido en alternativas aisladas, asociadas al suelo, que no aportan a su recuperación y mantenimiento, y menos aún constituyen un avance en temas de seguridad alimentaria o el cuidado de los recursos naturales del país. Esto, junto con los desafíos que estas estrategias generan, ha roto la confianza entre la comunidad científica y los agricultores, lo que afecta la seguridad alimentaria y la sostenibilidad ambiental en diversas regiones. Crear un ecosistema inclusivo que garantice un futuro prometedor para todos es una tarea que aún debemos abordar con más compromiso.
En este contexto, el Centro de Investigación en Sistemas Agroalimentarios (ISA), junto con el Laboratorio de Interacciones Moleculares de Microorganismos Agrícolas (LIMMA) de la Facultad de Ciencias de la Universidad de los Andes, ha trabajado arduamente para cerrar las brechas entre la investigación científica y el conocimiento generado por las comunidades del país alrededor del suelo y los microorganismos que contribuyen a su mantenimiento y recuperación. Este esfuerzo tiene como objetivo multiplicar los logros de la ciencia mientras se aprovechan las experiencias y saberes locales, desarrollando un enfoque más inclusivo y efectivo. Cambiar este paradigma es crucial para generar procesos verdaderamente participativos, un enfoque que constituye una de las líneas de investigación más importantes del Centro ISA, y uno de los intereses primordiales de la Facultad de Ciencias. Este se ha convertido en uno de los proyectos más desafiantes, no solo desde el impacto que puede generar, sino desde la articulación de dos frentes del conocimiento (científico y tradicional) que aún se tienen que reconciliar.
Las ciencias exactas y la biología se han convertido en aliadas indispensables de estas iniciativas. Hablar de comunidades de microorganismos, ADN, hongos, bacterias y técnicas moleculares son ahora parte de las expresiones de agricultores y agricultoras del Caquetá. Aunque estos conceptos no son completamente nuevos para ellos, ya que en su labor cotidiana solían referirse a algunos de estos fenómenos con expresiones y términos coloquiales, derivados de su experiencia, observación y conocimientos tradicionales. Lo que sí es claro, en cualquiera de los dos escenarios, es que, existe un beneficio a largo plazo para la salud y la recuperación del suelo, la alimentación y la regeneración de una Amazonía devastada por la deforestación.
En este sentido, el Centro ISA impulsa la colaboración y el trabajo de siete científicas colombianas que se preocupan por generar investigaciones que impacten positivamente la vida de los y las agricultoras en el país. En un trabajo conjunto con la Asociación de Prosumidores Agroecológicos Agrosolidaria seccional Caquetá, una agrupación que apoya familias comprometidas con la conservación y restauración de ecosistemas, mientras impulsa el desarrollo y refuerza la identidad regional, se vienen desarrollando dos proyectos de investigación financiados por el WWF Russell E. Train Education for Nature (EFN) fellowships y el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación en Colombia bajo la convocatoria “Orquídeas: Mujeres en la Ciencia 2024”, en el departamento de Caquetá, una región donde la ganadería y la agricultura han ejercido presión sobre los suelos de la Amazonía y han puesto en riesgo la salud del suelo, la seguridad alimentaria y la selva amazónica.
Ambos proyectos buscan contribuir a la recuperación de los suelos, analizando el efecto de los microrganismos y el uso de biofertilizantes en la producción de sacha inchi, como una especie frutal no maderable que se convierte en una alternativa bioeconómica para las comunidades locales de Florencia (Caquetá). El proyecto incluye la caracterización de los microorganismos presentes en el biofertilizante, la evaluación de su impacto en el crecimiento de plántulas de la especie en suelos con diferentes niveles de fertilidad mediante ensayos in situ, y el análisis de los cambios en la diversidad microbiana y las características del suelo. Mariana Mendoza, joven líder del proyecto “Recuperando la salud de los suelos amazónicos en Colombia: Evaluación de la efectividad de un biofertilizante sobre el crecimiento de plántulas de sacha inchi y en la comunidad microbiana del suelo en las zonas productoras de Caquetá”, financiado por WWF Russell E. Train Education for Nature (EFN) fellowships, nos comparte su experiencia trabajando con comunidades rurales, donde la integración del conocimiento científico y los saberes tradicionales ha sido un proceso enriquecedor y desafiante. En su proyecto, Mariana destaca cómo la participación de los agricultores transforma la investigación y la aplicación de tecnologías, aportando un valor que trasciende las fronteras de la academia.
Este proyecto ha sido un ejemplo significativo en este proceso. Los agricultores de Caquetá han compartido sus conocimientos sobre el manejo del cultivo, incluyendo los cuidados necesarios, las condiciones de tutorado y los requerimientos de luz. Por su parte, Mariana y su equipo han contribuido con el análisis de suelos y el monitoreo de los tratamientos aplicados. Esta colaboración ha sido un ejercicio constante de aprendizaje mutuo: “He aprendido a identificar detalles como las diferencias en la textura y el color del suelo, y a valorar las observaciones de los agricultores, quienes asocian la presencia de rocas o ciertas plantas con las características del terreno”, afirma Mariana.
Pareciera que la interacción entre los saberes tradicionales y los conocimientos se articulan cuando se enfrentan a problemas reales. Es precisamente esta dinámica la que nos permite trascender lo interdisciplinar y avanzar hacia lo transdisciplinar en los sistemas agroalimentarios. Al permitir que los conocimientos científicos y los saberes locales o tradicionales trabajen en conjunto, logramos encontrar soluciones más integrales y alineadas con las realidades de cada comunidad. De esta manera, no solo atendemos sus necesidades, sino que también respetamos profundamente sus conocimientos tradicionales, sus valores culturales y, al mismo tiempo, promovemos prácticas que son amigables con el ambiente.
“Desde siempre me han interesado los espacios interdisciplinarios, pero con este proyecto descubrí lo que significa trabajar de manera transdisciplinaria. Este enfoque no solo cruza las fronteras entre disciplinas, sino que incluye los conocimientos prácticos de actores sociales, permitiendo una integración más completa entre ciencia y tradición”, explica Mariana. Esta metodología ha permitido a los investigadores vinculados a estos proyectos fortalecer sus habilidades científicas mientras aprenden de las experiencias de las comunidades, explorando cómo desarrollan sus actividades, encaran los desafíos del territorio y preservan sus conocimientos ancestrales.
Uno de los aspectos más valiosos de su trabajo ha sido la colaboración en el desarrollo de biofertilizantes. El objetivo de este proyecto no es solo validar científicamente su uso, sino generar tecnologías que las comunidades puedan adoptar, asegurando que las soluciones respondan a necesidades reales del territorio. “Trabajar con la comunidad no solo permite crear soluciones más contextualizadas, sino que también empodera a los productores, quienes se sienten seguros de llevar adelante sus propios experimentos con base científica”, menciona Mariana.
Sin embargo, este tipo de proyectos presenta retos significativos. Trabajar en campo implica manejar tiempos y recursos distintos a los del laboratorio, además de superar obstáculos geográficos y de logística. “Articular el conocimiento científico con los saberes tradicionales requiere diálogo constante y la capacidad de encontrar puntos medios en la toma de decisiones. Pero estar en el territorio permite experimentar la realidad más allá del entorno controlado del laboratorio, lo que permite que nuestras investigaciones tengan un impacto directo y significativo”, reflexiona Mariana.
A pesar de las dificultades, el trabajo conjunto ha permitido establecer un modelo de colaboración sostenible. La comunidad no solo se apropia de las tecnologías desarrolladas, sino que también participa activamente en la toma de decisiones, generando un impacto social positivo y fortaleciendo su capacidad para enfrentar nuevos desafíos.
“Al final, se trata de construir conocimiento desde el territorio, donde la ciencia y la tradición se encuentran para generar soluciones aplicadas que beneficien a todos”, concluye Mariana. Este enfoque transdisciplinario, que une a la comunidad y a los investigadores del Centro ISA, no solo aporta al desarrollo agroalimentario del país, sino que demuestra el poder de la colaboración para construir un futuro más sostenible y justo.
Por su parte, Yeimy Montenegro, investigadora del Centro ISA, tuvo la oportunidad de coordinar cursos de emprendimiento en la comunidad de la Asociación de Prosumidores Agroecológicos Agrosolidaria, a partir del fortalecimiento del desarrollo económico y social de la región. En este entorno diverso, donde participan múltiples actores, Yeimy destaca especialmente el papel transformador de los jóvenes y su interés por innovar, emprender y generar impacto positivo en sus comunidades.
“Los jóvenes con los que trabajé siempre están en la búsqueda de nuevas oportunidades”, comenta Yeimy. “No solo buscan crear nuevos procesos y productos, sino también mejorar los que ya existen, añadiendo valor para comercializarlos en el mercado”. En este contexto, las habilidades de liderazgo, asociatividad e innovación juegan un papel fundamental, permitiéndoles posicionar sus emprendimientos y contribuir a la economía local.
Un tema emergente que ha capturado el interés de los jóvenes es el uso de herramientas digitales. “Están aprendiendo a usar la tecnología para generar empleo, mejorar procesos y hasta predecir comportamientos climáticos”, explica Yeimy. La posibilidad de contar con información precisa les permite tomar decisiones informadas sobre cuándo y cómo cultivar, optimizando sus procesos productivos.
La sostenibilidad es otro de los ejes que orienta las acciones de la comunidad. Según Yeimy, los jóvenes están comprometidos con innovaciones que no solo perduren en el tiempo, sino que también sean sostenibles social y económicamente. “No buscan solo una buena idea, sino una solución que pueda adaptarse a las condiciones del territorio, para que cualquier comunidad pueda adoptarla”, señala. Además, los jóvenes reconocen la importancia de una sostenibilidad ambiental y se enfocan en el cuidado y la regeneración del suelo como parte esencial de sus proyectos.
A pesar de su motivación, Yeimy reconoce que trabajar en comunidades rurales implica desafíos importantes. “Las distancias, la dificultad para transportarse y las múltiples actividades económicas de los participantes complican a veces la organización”, comenta. Sin embargo, destaca que siempre que existe motivación, la comunidad encuentra maneras de superar estos obstáculos y avanzar con sus proyectos.
El intercambio de conocimientos ha sido clave para el éxito de estos emprendimientos. Las asociaciones que conforman la comunidad comparten información entre ellas, y gracias a la colaboración con la Universidad, han logrado adaptar conocimientos externos a su contexto local. “Este proceso no es sencillo, pero es muy enriquecedor. A través de estas experiencias, los jóvenes aprenden no solo a emprender, sino también a gestionar retos complejos y construir soluciones sostenibles desde su propia realidad”, reflexiona Yeimy.
En definitiva, los cursos de emprendimiento han mostrado que el compromiso y la colaboración son fundamentales para romper las barreras que enfrentan las comunidades rurales. “A pesar de las dificultades, los jóvenes siguen encontrando maneras de innovar y mejorar, demostrando que la sostenibilidad es posible cuando se trabaja de manera conjunta”, concluye.
Por otra parte, Angelis Marbello, investigadora del Centro ISA, comparte cómo su experiencia en la costa pacífica colombiana. La realización de su tesis de maestría le permitió comprender la importancia de nutrir la investigación con las vivencias del día a día, y el valor de devolver a las comunidades los frutos del trabajo científico.
“Durante mi maestría, tuve la oportunidad de trabajar directamente con comunidades del Pacífico, y fue revelador ver lo esencial que es complementar el discurso académico con la experiencia cotidiana. Además, entendí lo valioso que es retribuir con lo que hacemos desde la ciencia”, reflexiona Angelis. Esta vivencia consolidó en ella una visión de la ciencia como un proceso bidireccional, donde tanto los investigadores como las comunidades se benefician del intercambio de saberes.
Desde su incorporación al Centro ISA, Angelis ha participado en un equipo interdisciplinar, lo que le ha permitido aprender sobre las dinámicas sociales de las poblaciones con las que laboran y fortalecer el enfoque del centro hacia el desarrollo agroalimentario sostenible. “Trabajar en un equipo multidisciplinario ha sido enriquecedor, porque cada disciplina aporta una perspectiva única, lo que nos permite diseñar soluciones más inclusivas y adaptadas a las realidades locales”, explica Angelis. El compromiso del Centro ISA no solo se enfoca en generar conocimiento, sino en contribuir al fortalecimiento de las comunidades con las que colaboran.
En el 2025, Angelis dará un nuevo paso en su carrera al unirse como asistente de investigación en el Boyce Thompson Institute (BTI), bajo la dirección de Silvia Restrepo, actual presidenta de la entidad. Esta experiencia será una oportunidad para aplicar los conocimientos y habilidades que ha desarrollado en el Centro ISA. “Espero aportar al BTI todo lo que he aprendido aquí, en el Centro ISA, y seguir contribuyendo al desarrollo de soluciones sostenibles desde la ciencia”, comenta Angelis.
“Al final, nuestro trabajo debe ser significativo para las comunidades. La ciencia tiene que salir del laboratorio y contribuir a mejorar la vida de las personas con las que colaboramos”, concluye y reafirma su compromiso con una ciencia transformadora, capaz de unir el conocimiento académico y la sabiduría comunitaria para crear un futuro más justo y sostenible.
Paola Reyes, una experimentada científica apasionada por la investigación molecular y egresada de UC Davis, una de las ganadoras de la convocatoria Orquídea 2024 del Ministerio de Ciencia[1], Tecnología e Innovación, está a punto de comenzar una nueva etapa profesional como investigadora posdoctoral de la alianza Centro ISA y el laboratorio LIMMA. En su próxima misión, trabajará de la mano con las comunidades rurales del Caquetá, junto con la Asociación de Prosumidores Agroecológicos Agrosolidaria, para promover soluciones basadas en prácticas agroecológicas.
Para Paola, esta experiencia marca un antes y un después en su carrera científica, ya que le permite abordar un problema que ha identificado a lo largo de su trayectoria: la desconexión entre el conocimiento generado en los laboratorios y las verdaderas necesidades de las comunidades. “Uno de los principales problemas de la ciencia a la que estamos acostumbrados es que creamos conocimiento en un laboratorio sin tener un panorama completo de la realidad de las personas que buscamos beneficiar”, reflexiona Paola. “Esto puede llevarnos a diseñar soluciones para problemas que no son importantes o prioritarios para esas comunidades, lo que genera una división entre nosotros y ellos, ralentizando los avances”.
Los procesos de cocreación facilitados por el Centro ISA han sido una pieza clave en su formación y en la evolución de su perspectiva científica. “Estas iniciativas nos han permitido entender mejor las realidades de las comunidades con las que queremos trabajar y desarrollar soluciones ajustadas a sus necesidades”, explica. Esta aproximación busca cerrar las brechas entre la academia y la sociedad, asegurando que las investigaciones no solo tengan rigor científico, sino también impacto social y relevancia local.
Paola destaca que su trabajo en el Caquetá se centrará en el desarrollo de biofertilizantes como una herramienta sostenible para mejorar la salud del suelo y potenciar el cultivo de sacha inchi (Plukenetia volubilis). La colaboración con la Asociación de Prosumidores Agroecológicos Agrosolidaria permitirá que las familias campesinas de la zona no solo adopten las tecnologías propuestas, sino que también participen activamente en su desarrollo y evaluación.
“Este tipo de proyectos nos enseñan que la ciencia debe ir más allá de las fronteras del laboratorio. Al trabajar directamente con las comunidades, aprendemos de su conocimiento, sus prioridades y sus desafíos, lo que nos permite avanzar juntos hacia soluciones más eficientes y sostenibles”, señala Paola. La cocreación no solo fortalece la relación entre científicos y comunidades, sino que también fomenta el empoderamiento local, permitiendo que los productores continúen innovando y aplicando estas herramientas con autonomía.
Su proyecto, además, no solo abre las puertas al trabajo con las comunidades, sino que además permite la vinculación de una joven investigadora del territorio, interesada en acompañar a Paola en este reto. Esto abre oportunidades a las nuevas generaciones de los territorios que quieran hacer parte de estas transformaciones.
Este grupo de mujeres y jóvenes líderes que hoy avanzan en su labor en el Caquetá es un ejemplo de cómo el conocimiento científico puede generar un impacto real en las comunidades. Su trabajo es el resultado de la colaboración entre dos grupos de investigación que codirigen este esfuerzo: el Centro de Investigación en Sistemas Agroalimentarios (ISA), enfocado en la seguridad alimentaria y el derecho humano a la alimentación, y el Laboratorio de Interacciones Moleculares de Microorganismos Agrícolas (LIMMA), especializado en la investigación para el mejoramiento de los sistemas agrícolas. Esta alianza, en colaboración con Asociación de Prosumidores Agroecológicos Agrosolidaria, impulsa soluciones sostenibles que fortalecen las capacidades locales y promueven el desarrollo de la región.
Para Adriana Bernal, profesora e investigadora de la Facultad de Ciencias de la Universidad de los Andes, la posibilidad de llevar su investigación al trabajo directo con comunidades representa una nueva y emocionante etapa en su carrera. Aunque aún no ha comenzado las actividades en campo, Adriana comparte con entusiasmo su visión sobre el impacto que puede generar la cocreación con las comunidades en sistemas agroalimentarios.
“Es muy emocionante poder hacer investigación que impacte en comunidades históricamente rezagadas, que muchas veces no tienen tantas oportunidades en el país”, comenta Adriana. Su expectativa refleja el compromiso de la academia por salir de los laboratorios y colaborar activamente con las comunidades rurales, generando conocimiento que responda a necesidades concretas. “Me parece fundamental que la universidad oriente sus esfuerzos hacia este tipo de investigaciones de cocreación, especialmente en el área de los sistemas agroalimentarios, un componente crítico para la sostenibilidad de los humanos”, añade.
Durante su carrera, Adriana ha trabajado principalmente en ciencia básica, pero esta nueva experiencia le brinda la oportunidad de conectar su conocimiento con el mundo real, generando resultados que puedan impactar directamente a las personas. “Me hace mucha ilusión ver que nuestra ciencia y nuestra investigación puedan tener un impacto tangible en la vida de la gente en Colombia”, señala. Esta transición hacia un enfoque aplicado no solo abre nuevos horizontes para su carrera, sino que también refuerza la importancia de que el conocimiento académico contribuya al bienestar de las comunidades.
Adriana espera que esta experiencia marque el inicio de una línea de investigación más orientada a la sostenibilidad aplicada, donde la ciencia no se limite a producir conocimiento, sino que también genere beneficios concretos para las comunidades del país. “Al final, el objetivo es que nuestra ciencia no solo se quede en el papel, sino que realmente sirva para transformar vidas y contribuya al desarrollo sostenible”, concluye Adriana.
Martha Cárdenas, investigadora experimentada del Centro ISA, comparte su visión sobre los aprendizajes y desafíos de trabajar directamente con comunidades rurales. Con años de experiencia en investigación científica, Martha destaca cómo esta interacción permite salir del entorno controlado del laboratorio para enfrentarse a los retos del mundo real.
“Es otra cosa”, comenta. “Es enfrentarse al mundo real y poner en práctica todo lo que hemos aprendido. Además, nos recuerda que existen otros conocimientos que, aunque no han sido validados mediante el método científico, funcionan”. Para la investigadora, esta experiencia también resalta la importancia de reconocer que las prioridades de los científicos y las de los agricultores no siempre coinciden.
“Lo que es importante para nosotros como científicos no necesariamente lo es para un agricultor. Ellos necesitan resolver el problema que tienen aquí y ahora, mientras que nosotros muchas veces estamos más enfocados en entender cómo funciona, por qué ocurre, y qué mecanismos hay detrás. Para ellos, simplemente se trata de que algo funcione o no”, reflexiona Martha.
El trabajo con las comunidades rurales ha sido para ella una lección de humildad. Esta interacción directa permite ver el conocimiento desde una perspectiva más práctica y orientada a resolver problemas inmediatos. “Pienso que trabajar con las comunidades nos hace más humildes. Nos obliga a salir de nuestra zona de confort y a entender que, más allá del conocimiento teórico, lo más importante es contribuir con soluciones útiles para las personas con las que trabajamos”, concluye.
César Pulecio, líder de Asociación de Prosumidores Agroecológicos (Agrosolidaria), reflexiona sobre los aprendizajes y desafíos que han enfrentado al colaborar con la Universidad de los Andes en procesos de investigación. Para él, esta experiencia ha marcado un antes y un después en su labor comunitaria, permitiéndoles mejorar sus métodos y reducir riesgos en la implementación de prácticas agroecológicas.
“Trabajar con la Universidad de los Andes ha sido muy significativo para nosotros”, comenta César. “Nos ha permitido pasar de métodos empíricos y riesgosos a prácticas más responsables, donde aprendemos a validar antes de poner en riesgo un cultivo. La investigación ha abierto muchas oportunidades para el manejo de especies prometedoras en la Amazonía, y aunque aún estamos en etapas preliminares, ya vemos que vale la pena este esfuerzo. Estamos seguros de que este proceso marcará una diferencia en el desarrollo local y la conservación de los bosques en pie”.
César destaca la importancia de la confianza generada en instituciones que antes percibían como distantes. “La violencia en el país, en gran parte, surge por la exclusión, y que una universidad como Los Andes participe en estos territorios fortalece la credibilidad en las instituciones y crea un vínculo positivo con las comunidades. Eso tiene un valor incalculable para nosotros”.
A pesar de las limitaciones económicas, César resalta el impacto del trabajo colaborativo. “Puede que no haya muchos recursos, pero se hace un aporte entre todos, y eso es más valioso todavía. Contar con esa capacidad y ponerla a sumar en estos territorios es grandioso, tanto para nosotros como para las comunidades que aún están en proceso de identificarse con este ecosistema”.
Para él, la investigación es clave para alcanzar un desarrollo autónomo y sostenible. “La ciencia aplicada al contexto local es la única forma de garantizar soluciones con impacto significativo y duradero. Por eso, vale la pena seguir apostando por estos procesos. Estamos seguros de que juntos podremos lograr un cambio positivo para la Amazonía y sus comunidades”, concluye César.
Por su parte, María Fernanda Mideros, directora del Centro ISA de la Universidad de los Andes, ha definido como prioridad fortalecer el vínculo entre la Ciencia, Tecnología e Innovación (CTeI) y los conocimientos y saberes de las comunidades. El desafío ha sido desarrollar modelos eficientes que promuevan la seguridad alimentaria, la soberanía alimentaria y el Derecho Humano a la Alimentación (DHA) desde la perspectiva de la Agricultura Campesina, Familiar, Étnica y Comunitaria (ACFEC) en diversos territorios del país, reconociendo el valor del conocimiento tradicional en armonía con el saber científico. Un reto que no es fácil de resolver, pero que resulta apasionante desde el punto de vista de los sistemas alimentarios y la alimentación del futuro.
En el desarrollo de la Ciencia, Tecnología e Innovación (CTeI) para el sector agroalimentario, los PhD y los estándares tradicionales de la academia han sido históricamente vistos como los principales actores. Sin embargo, María Fernanda sostiene que este enfoque necesita replantearse. “Desplazar a los PhD y los estándares de la academia como actores principales en el desarrollo de CTeI es un discurso fuerte, pero necesario si queremos ser verdaderamente inclusivos y generar impacto en los territorios. Hay que empezar a trabajar con las comunidades, siendo ambos actores horizontales del sistema”, comenta.
Estos esfuerzos deberán orientarse a soluciones eficientes en seguridad, soberanía alimentaria y sostenibilidad ambiental. La clave, según María Fernanda, “es abrir espacio a las innovaciones y al conocimiento generado por las propias comunidades, las cuales poseen saberes tradicionales que han sido marginados en la investigación científica convencional. Aunque los aportes de la ciencia son cruciales, no siempre se alinean directamente con las necesidades locales, como la seguridad alimentaria y la sostenibilidad ambiental”. Por ello se debe crear un diálogo entre la ciencia académica y los conocimientos ancestrales, para abordar estos desafíos de manera más efectiva e inclusiva. La dirección y codirección de un equipo transdisciplinar en estos temas, ayuda a que la ciencia abra nuevas puertas de trabajo colaborativo. “Esto no significa que todos deban volcarse hacia la investigación con propósito comunitario. También es esencial apoyar a los científicos que, desde una perspectiva más fundamental, construyan conocimiento según sus intereses. Trabajar con comunidades es una ‘vocación’ y una ‘habilidad’ que los futuros científicos deberán cultivar, superando los estándares académicos tradicionales. Este es un reto que debemos empezar a afrontar y comprender”, afirma María Fernanda.
En términos prácticos, los desafíos siguen siendo un terreno incierto y en constante evolución. Los retos que enfrentamos en la convergencia del trabajo con las comunidades y el conocimiento científico no están completamente descritos. Cada día trae nuevos desafíos que requieren una reevaluación continua y no hay un camino preestablecido para resolver estos conflictos. Se trata de un proceso dinámico, en el que la clave radica en las voluntades y en el compromiso de todas las partes. La construcción de este puente entre el conocimiento local y el científico requieren voluntad y una gran motivación, centrada en generar un impacto real y sostenible en los territorios. Al final lo importante es avanzar hacia soluciones que transformen la vida de las comunidades, generen equidad y cierren los problemas de seguridad alimentaria y sostenibilidad ambiental que hoy enfrentamos.
Reflexiones finales
Esta experiencia nos ha permitido indagar inicialmente sobre la interacción entre los saberes tradicionales y el conocimiento científico como una poderosa herramienta para enfrentar los desafíos actuales de los sistemas agroalimentarios. Este encuentro entre dos formas de saber no solo fortalece la capacidad de las comunidades para proteger y regenerar sus suelos, y conservar los ecosistemas, sino que también proporciona un enfoque integral para resolver problemas urgentes como la seguridad alimentaria y la sostenibilidad. Al trabajar juntos, científicos, científicas, agricultores y agricultoras, podemos encontrar soluciones adaptadas a las realidades locales, respetando la riqueza de las tradiciones ancestrales y aportando avances tecnológicos que son necesarios para el éxito a largo plazo. El trabajo realizado en el Centro ISA refleja este compromiso, creando un puente de colaboración que impulsa tanto el desarrollo comunitario como la innovación científica. La clave para avanzar radica en seguir fortaleciendo estas alianzas, con un enfoque transdisciplinario que una la ciencia y la experiencia local para construir un futuro más equitativo y sostenible para todos.
Notas
[1] La convocatoria Orquídea: Mujeres en Ciencia 2024 es una apuesta del Gobierno nacional en el marco del plan de convocatorias del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, que busca vincular profesionales colombianas con título de doctorado y jóvenes investigadoras e innovadoras colombianas para el desarrollo de un proyecto de investigación, desarrollo tecnológico y/o innovación, realizado como estancia posdoctoral, que contribuya al desarrollo de las rutas de innovación planteadas en las misiones: “Bioeconomía y Territorio”, “Derecho Humano a la Alimentación” y “Ciencia para la Paz”, en el marco de la Política de Investigación e Innovación Orientada por Misiones del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. Información en: https://minciencias.gov.co/convocatorias/convocatoria-orquideas-mujeres-en-la-ciencia-2024